viernes, 26 de abril de 2024

SECCIÓN GOURMET.

Siempre qué movía las torres de latas del supermercado temía convertirse en el protagonista de uno de esos vídeos que circulaban por ahí, en los que algún inocente convertido en víctima tocaba una lata de conservas, y se le venía encima toda una pirámide de envases, para regocijo del espectador.
Por eso, procuró mover con cuidado las latas de alcachofas, intentando no armar una catástrofe. Estaba seguro de que había vuelto a ocurrir. No es que se hubieran terminado los guisantes. Lo que pasaba era que la última lata de guisantes (qué es lo que a él le interesaba) se había quedado detrás de las alcachofas. O por lo menos había que cerciorarse.
Alcachofas y más alcachofas. Dios mío, que no quiero alcachofas, pensó. Pero, no pintaba bien. Se veía luz al otro lado de la balda de las conservas, y los guisantes seguían sin aparecer.
Entonces, en el pasillo contrario, a través del hueco que se había formado entre las latas al realizar su búsqueda, vio los ojos azules de la mujer, detrás de unas gafas medio empañadas por el efecto de la mascarilla. Sin embargo, ella no le veía. En el marco que formaba el hueco entre las latas, la mujer ocupaba un lugar a la derecha del encuadre. Miraba hacia el lado contrario, por dónde en ese momento asomaba el brazo de un hombre corpulento. Al fondo, entre los dos, se veía el mostrador refrigerado de los lácteos.
Con discreción, inclinó la cabeza hacia un lado, procurando ver al hombre. También llevaba mascarilla, pero eso fue todo lo que pudo ver.
La mujer miró a un lado y a otro. Después, se dirigió al hombre
-¿Cómo estás?
La imagen de éste, apenas entraba en el espacio visible, pero su voz se oyó con claridad.
-Bien. Deseando verte.
La mujer deslizó su mano por la balda. Durante un instante muy breve, se tocaron, muy levemente.
Él, la retiró enseguida miedoso.
-Cuidado...
Ella, recompuso la figura.
-Ya, ya lo se... ¿Tu mujer, y los chavales?
-Bien. De momento, no nos ha afectado. Vosotros, ya veo que bien. ¿Verdad?
-Si. Mi marido bien. Y los chicos, sin problema.
-Aburridos, supongo.
-Ya, como lo sabes...
-Ya... 
Hicieron una pausa cargada de anhelos. La mujer habló de nuevo. 
-Me mata, vernos así. No poder tomar un café, siquiera...
Las manos volvieron a tocarse entre los envases, ahora con más decisión.
-Ya lo se, ya lo se. Se acabará, en algún momento.
-Digo yo.
Se vio una sombra por el pasillo, detras de las dos personas. Y las manos volvieron a separarse bruscamente. Ambos se pusieron a trastear con los productos que estaban en la estantería, para disimular.
La recién llegada apareció en el encuadre. Toqueteó algo de lo que estaba expuesto, pero no centró su interés en nada concreto, y se alejó enseguida.
Se vio por un instante la nuca del hombre, qué miraba hacia un lado, comprobando la presencia de miradas indiscretas, y enseguida se le oyó hablar.
-¿Mañana vendrás?
-Si, pero en el otro supermercado, al otro lado de la plaza. No podemos vernos siempre en el mismo sitio. Puede ser que alguien se dé cuenta.
-Vale.
El hombre cambio de lado y al pasar junto a ella la rozo con su hombro, cómo casualmente. Desapareció de la vista, y ella se volvió en su dirección, por unos segundos. Después, se quedó inmóvil, con la vista perdida en la nada. 
En ese momento el observador oyó a su espalda la voz de uno de los encargados del supermercado.
-Caballero, ¿puedo ayudarle?
Se sintió avergonzado, como si le hubiesen sorprendido haciendo algo indebido, pero enseguida se recompuso.
-No, gracias. Buscaba algo muy especial, pero lo he encontrado. Sin duda.