domingo, 18 de diciembre de 2011

Figuras de Cera.


¿Donde van las caretas de los césares?
Cuando el favor del senado  se disipa,
y hasta el pueblo de Roma, furibundo,
tampoco ya los quiere ver delante
y quitáis  las estatuas de las calles,
¿hacéis velas, acaso, con su cera,
para dar una luz a  esta negrura?.
Con lo que queda de fundir sus caras,
y sus cuerpos de efebos y de diosas
de la esposa y los hijos del patricio,
¿fundiréis antorchas que iluminen?.
Yo me temo que no es ese su destino,
de esa cera que en un tiempo fue divina.
Formará, manejada por los mismos
que pusieron los bustos en lo alto,
pegotes para echar sobre los ojos,
cortinillas que oculten la mirada.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Aquel verano del 63.






" Cuando calienta el sol, aquí en la playa,
Siento tu cuerpo vibrar, cerca de mi ".


Se avecinan tormentas, este final de Agosto y principio de Septiembre. Pero, por mucho que las emisoras de radio estén recuperando sus programas estrella, ninguna de las dos cosas (ni las tormentas ni la vuelta a la normalidad de las emisoras) quiere decir que el Verano haya terminado. No hacía calor aquel verano de 1963, en el Norte. Tan en el Norte como en San Sebastián, nada menos.
Mi asignatura pendiente es viajar. Más allá de Puente Castro, por el Sur, o de Navatejera, por el lado contrario, ya me creo que me estoy aproximando al abismo precolombino. Pero, aquel año, que para Kennedy sería el último de su vida, el azar me llevó no solo hasta el confín de la Patria (que diría la cultura oficial de entonces), sino incluso más allá de la frontera del Bidasoa. Efectivamente, mientras la estancia en Donosti la ampliábamos a Fuenterrabia, donde veraneaban unos primos míos de Madrid algo pijillos, la promesa recibida era que en algún momento pasaríamos a Francia, aunque fuera un par de horas.
Aquí, no el principal objetivo, pero si uno de los más importantes, era comprobar la realidad que nos querían transmitir las revistas francesas que circulaban por mi casa, como el Paris Match, o el Marie-Claire. Ese ambiente juvenil en los aledaños de las playas, y sobre todo esas francesas absolutamente seductoras, con sus bikinis mínimos, como el que lucia Brigitte Bardot en una foto en blanco y negro que maldito el color que necesitaba. Además, a mi me fascinaban las ilustraciones del libro de francés, (ya llevábamos un par de cursos), y no sé por qué siempre me fijaba en una foto de un ciego tocando el acordeón, con su correspondiente pie descriptivo: " Un aveugle ". Mecachis, allí los ciegos no vendían el cupón, ¡tocaban el acordeón! Que países, oiga.
Por fin, una tarde, metidas más de ocho personas, y puede que diez, en un solo coche (hay que decir que éramos gente menuda, aunque ya empezábamos a adquirir tamaño a ojos vistas) y sin llevar ningún documento ni mis hermanos ni yo, pasamos una tarde la frontera, camino de San Juan de Luz y Biarritz.
Hay que decir que, probablemente, aquel año no debía haber grandes medidas de seguridad en cuanto a terrorismo se refiere, aunque ETA ya había empezado a asomar. Mi tía, que por su experiencia era la jefa de expedición (era la que veraneaba allí habitualmente) llevaba en su pasaporte de familia numerosa una foto en la que salían juntos todos mis primos pequeños, que no iban en la excursión. Así que mis hermanos y yo figurábamos como unos enanos mas, sin nombre ni personalidad jurídica concreta. El policía español echó un buen rato repasando documentos, con mucha pompa y circunstancia, sentado en su mesa al lado de una ventanilla por la que le habíamos entregado el pasaporte familiar y los pases de 24 horas de mis padres. Debió considerarlo correcto, y nos dio (o más bien nos otorgó) el paso. Los franceses eran mas nervisositos, correteando alrededor del coche. Atisbaron dentro del coche, luego a los papeles, otra vez dentro del coche... y por fin se miraron unos a otros y dijeron: " Mmm, c´est une famille ". Y también nos dejaron pasar.
Y ese fue mi primer triunfo de aquella jornada. En pleno verano de 1963 yo conseguí salir de España y volver, sin tener ni un puñetero papel en regla, ni DNI siquiera. Añadiendo la sensación que me produjo atravesar el puente entre los dos países, con la impresión de estar flotando entre dos mundos, suspendido en ninguna parte.
Y, allí, ¿qué podemos decir? Si, el ambiente al borde de la playa, lleno de gente joven, echando monedas en las maquinas de discos, los helados de máquina, que todavía no habían llegado a España, deliciosos, los coches italianos deportivos de cilindrada alta... tantas cosas impactantes para un mocito de provincias en 1963...
Pero nada me hará olvidar lo que vi al volver una esquina en San Juan de Luz. A un lado, junto a una pared, apareció un hombre sentado en una silla. Estaba tocando el acordeón, y llevaba gafas negras. Tocaba "cuando calienta el sol, aquí en la playa... ".
Mi hermano y yo nos quedamos pasmados, y luego nos miramos uno a otro, y los dos dijimos lo mismo, al tiempo, como en una película cómica: ¡"mira, un aveugle"!
Nadie podrá convencerme de que aquel no era el ciego de mi libro de francés. Por lo menos, para mí siempre lo será. Cuando después de muchos años hojeaba aquellas páginas sobadas, siempre volvía a ver aquella cara del hombre de San Juan de Luz, y volvía a oír el sonsonete pegadizo de " cuando calienta el sol ".

viernes, 19 de agosto de 2011

AQUEL VERANO DEL 64.



Real Zaragoza años 60.


AQUEL VERANO DEL 64
Nunca fui muy aficionado al fútbol, como saben mis más próximos. Esto me trajo mas de un problema con mis educadores, los curas del colegio, pues el que no gustaba del omnipresente deporte era sospechoso, y se le demonizaba.
Aquel mes de Julio del 64 el calor era dantesco, y más en Madrid, donde me tocó pasar el mes por cuestiones familiares. Y, aquel Julio del 64, por primera vez en mi vida, yo fui al fútbol. Una de las poquísimas veces que he ido en mi vida. Un tío mío, que era muy aficionado, se presento en casa con entradas para, nada menos, que la final de la copa del Generalísimo. Atlético de Madrid-Zaragoza. Y yo era uno de los agraciados para el evento. Y supe que, aunque el fútbol era una cosa que me importaba un pimiento, aquella ocasión no se podía desaprovechar.
Recuerdo estar junto al Bernabéu, y las peñas vociferando, y los guardias civiles apuntando hacia la gente con los subfusiles. En la Castellana, el ruido de los coches era como la cadencia del mar en las rocas de Santander, donde a veces pasábamos algunos días de playa. Los semáforos, al abrirse y cerrarse, mandaban las olas de coches, y las detenían, y volvían a repetir el mismo ciclo. Al no verlas desde el estadio, la sensación de ola natural era casi total.
Hasta que, poco a poco, el ruido del tráfico se fue apagando, y los policías, y los políticos de turno que aguardaban en la puerta del Bernabéu para hacer los besamanos de protocolo, se pusieron en tensión, y la muchedumbre se fue quedando en silencio, como los fieles de una procesión que esperan al santo. Entonces, yo no me di cuenta, pero luego me explicaron que ese silencio se debía a que el tránsito de coches en el paseo había sido interrumpido.
El ruido en La Castellana había cesado, pero, al poco, un bramido suave, como de avion volando bajo, empezó a oírse. Después, fue aumentando, como un trueno, y la gente se iba poniendo inquieta, como barruntando algo enorme. Y, en pocos minutos, apareció lo que todos esperábamos.
Una nube de motos Harley Davidson (nunca vistas, en aquellos tiempos) se acercaba (sin prisa, pero sin pausa) hacia nosotros, y, cuando estuvo a la vista, y se detuvo junto a la puerta de personalidades, donde esperaban ministros, subsecretarios y demás, se pudo ver el gigantesco Rolls Royce, y al detenerse, se bajó el mismísimo Franco, y de tanto verlo en fotos y en el No-Do no sabias si estabas viendo una foto o un personaje real. Después, se acerco hasta los que le esperaban, y en casi segundos, hubo unos saludos y toda la comitiva desapareció, tragada por la boca enorme del estadio.
Todo lo demás, incluido aquel terrible calor de Julio en Madrid, se me desdibuja en la memoria. Del partido, por supuesto, casi no recuerdo nada. Únicamente aquella multitud inmensa, el estadio abarrotado, no solo en las gradas mismas, sino en los pasillos, la impresión de ver aquella masa de gente, impactante para un mocito de provincias de 12 años. Pero aquel rugido, primero suave, y luego cada vez mas fuerte, de las motos de la escolta de Franco llegando al fútbol, rodeando aquel coche, grande como un barco, no creo que se borre nunca de mis neuronas, salvo que el deterioro las lleve un día a la jubilación.
Ah, y para los muy aficionados... ganó el Zaragoza.