viernes, 17 de febrero de 2012

Los gatos de la vieja nave industrial.


Ya no vienen los gatos
a la nave ruinosa.
Los dulces gatos suaves,
valientes y mimosos.
Cameladores y chulos,
en Egipto eran dioses.
En las mañanas frías,
aparecían tardíos.
Saludaban maullando,
pidiendo atenciones.
En aquella industria
hoy casi escombrera
arrasada por vientos
de desastre y fracaso,
se aparearon el Tigris
y la Thais bicolor.
Fornicaron, felices,
como amantes de cuento.
Por la tarde, en las mesas
de madera y de sol,
disfrutaban de siestas
de ricos opulentos.
Allí creció el pequeño
con nombre de parásitos
que casi no vivió,
truncado en su camino
por el hado maligno
que lo mató en la linde,
castigo riguroso
por asomarse fuera.
Allí buscó un día Thais
un sitio protegido
(se lo habíamos guardado,
estaba ya dispuesto)
y echó al mundo a sus hijos,
y el Tigris vigilaba.
¿Dónde estará ahora
el padre de esas crías?.
Cuando Thais, adoptada,
se fue de allí, muy lejos,
con sus hijos pequeños,
el Tigris ya no estuvo
tan feliz como siempre.
También había partido,
quizás, envenenado,
el primer compañero
gatuno que allí vimos,
el Tigre, el protector
del pequeño cachorro
que murió atropellado.
Y después, los hombres,
se fueron retirando,
y los gatos sintieron
el vacío que venía,
y dejaron, un día
de comer en su cuenco.
Y solo el Tigris fue
volviendo, algunos ratos,
espaciando, un día y otro,
cada vez más los viajes.
Y después, yo he venido
buscando, muchas veces,
aquellos gatos bravos
y amigables, y bellos,
pero ya se han marchado
y ya nunca he de verlos.