viernes, 19 de agosto de 2011

AQUEL VERANO DEL 64.



Real Zaragoza años 60.


AQUEL VERANO DEL 64
Nunca fui muy aficionado al fútbol, como saben mis más próximos. Esto me trajo mas de un problema con mis educadores, los curas del colegio, pues el que no gustaba del omnipresente deporte era sospechoso, y se le demonizaba.
Aquel mes de Julio del 64 el calor era dantesco, y más en Madrid, donde me tocó pasar el mes por cuestiones familiares. Y, aquel Julio del 64, por primera vez en mi vida, yo fui al fútbol. Una de las poquísimas veces que he ido en mi vida. Un tío mío, que era muy aficionado, se presento en casa con entradas para, nada menos, que la final de la copa del Generalísimo. Atlético de Madrid-Zaragoza. Y yo era uno de los agraciados para el evento. Y supe que, aunque el fútbol era una cosa que me importaba un pimiento, aquella ocasión no se podía desaprovechar.
Recuerdo estar junto al Bernabéu, y las peñas vociferando, y los guardias civiles apuntando hacia la gente con los subfusiles. En la Castellana, el ruido de los coches era como la cadencia del mar en las rocas de Santander, donde a veces pasábamos algunos días de playa. Los semáforos, al abrirse y cerrarse, mandaban las olas de coches, y las detenían, y volvían a repetir el mismo ciclo. Al no verlas desde el estadio, la sensación de ola natural era casi total.
Hasta que, poco a poco, el ruido del tráfico se fue apagando, y los policías, y los políticos de turno que aguardaban en la puerta del Bernabéu para hacer los besamanos de protocolo, se pusieron en tensión, y la muchedumbre se fue quedando en silencio, como los fieles de una procesión que esperan al santo. Entonces, yo no me di cuenta, pero luego me explicaron que ese silencio se debía a que el tránsito de coches en el paseo había sido interrumpido.
El ruido en La Castellana había cesado, pero, al poco, un bramido suave, como de avion volando bajo, empezó a oírse. Después, fue aumentando, como un trueno, y la gente se iba poniendo inquieta, como barruntando algo enorme. Y, en pocos minutos, apareció lo que todos esperábamos.
Una nube de motos Harley Davidson (nunca vistas, en aquellos tiempos) se acercaba (sin prisa, pero sin pausa) hacia nosotros, y, cuando estuvo a la vista, y se detuvo junto a la puerta de personalidades, donde esperaban ministros, subsecretarios y demás, se pudo ver el gigantesco Rolls Royce, y al detenerse, se bajó el mismísimo Franco, y de tanto verlo en fotos y en el No-Do no sabias si estabas viendo una foto o un personaje real. Después, se acerco hasta los que le esperaban, y en casi segundos, hubo unos saludos y toda la comitiva desapareció, tragada por la boca enorme del estadio.
Todo lo demás, incluido aquel terrible calor de Julio en Madrid, se me desdibuja en la memoria. Del partido, por supuesto, casi no recuerdo nada. Únicamente aquella multitud inmensa, el estadio abarrotado, no solo en las gradas mismas, sino en los pasillos, la impresión de ver aquella masa de gente, impactante para un mocito de provincias de 12 años. Pero aquel rugido, primero suave, y luego cada vez mas fuerte, de las motos de la escolta de Franco llegando al fútbol, rodeando aquel coche, grande como un barco, no creo que se borre nunca de mis neuronas, salvo que el deterioro las lleve un día a la jubilación.
Ah, y para los muy aficionados... ganó el Zaragoza.