sábado, 17 de noviembre de 2012

La solución.




Uno de Septiembre. ¿Fin de la Crisis? En la biblioteca de mis padres había un libro, que con los años ha pasado a mi poder: Las obras completas de Vicki Baum. No es una escritora que la gente recuerde, salvo por su novela "Gran Hotel", que se llevó al cine protagonizada por Greta Garbo. Pero en este día uno de septiembre de 2009 la novela que me viene a las mientes no es Gran Hotel, sino otra más desconocida, "El Bosque que Llora".
En esta novela, un europeo se encuentra en la selva a un grupo de hombres que poco antes se dedicaban a extraer caucho de los árboles, y que se arrastran por la selva amazónica intentando volver a su tierra natal, el estado de Ceará. Nada bueno les espera allí. La sequía es espantosa, y por lo tanto, la hambruna. Pero, en la selva ya no hay nada que hacer tampoco, porque el precio del caucho que se obtiene del árbol del Hevea Brasiliensis ha caído en los mercados mundiales, y el bosque se ha convertido en una ratonera. En este día, uno de septiembre de 1939, vale más la hambruna conocida de la patria chica que la muerte en la selva a manos de las serpientes y los demás peligros del bosque. A estos desheredados de la fortuna les acompaña otro europeo, un sin patria, un hombre que ha encontrado en ayudar a esos seres, sin casi vida de hombres, una razón para su propia vida. Lleva con él un tesoro de la civilización, un aparato de radio. A la caída de la tarde, cuando es hora de hacer campamento para pasar la noche, enciende la radio con gran ceremonia. A veces se oye música, americana o europea, y los seringueiros, los hombres del caucho, la oyen embelesados. Pero hoy, al hacer girar el dial por las emisoras (estaciones de radio, se decía entonces) se oye de repente un extraño discurso vociferante. Una voz en alemán, entrecortada, enfermiza. Todo el mundo se queda sorprendido, e incluso se sonríen los unos a los otros, burlándose de la cólera de aquel blanco loco. Pero el europeo propietario del aparato de radio pide silencio, y se concentra en el discurso. Escucha unos minutos, y de repente, su cara se ilumina. En seguida se pone de pié, mirando a su alrededor, como el que va a dar una gran noticia, una muy buena noticia.
-¡Una Guerra! Los seringueiros le miran sorprendidos, pero sin comprender, de momento. -¿Una guerra…? El europeo insiste. -¡Una gran guerra en Europa, una guerra larga e importante! Los hombres empiezan a levantarse, y a gritar, y a reír, y se abrazan unos a otros. -¡Una guerra, por fin una gran guerra! El primer europeo, el que viajaba solo por la selva, les mira anonadado. Entonces, el de la radio, el que acompaña a los caucheros, le explica el misterio.
 -Estos hombres volvían de la selva a la nada, a la muerte por hambre. Pero acabamos de oír en la radio a Hitler, declarando la guerra a Polonia. Empieza una guerra en Europa, una guerra larga y costosa, y el caucho para neumáticos subirá de precio, y estos hombres volverán a poder comer.
Los dos europeos se quedaron un momento mirándose, y se dieron cuenta de que aquel Primero de Septiembre de 1939 lo recordarían siempre. Y los seringueiros levantaron el campamento, y se volvieron a la selva, a los lugares donde crece el árbol del caucho, porque había llegado la salvación, una guerra, una terrible y larga guerra, y su hambre, su miseria, su crisis... había terminado. Gracias sean dadas a Dios y a Nossa Señora da Penha.
Publicado en Diario de León Digital, 30-08-2.009.

viernes, 17 de febrero de 2012

Los gatos de la vieja nave industrial.


Ya no vienen los gatos
a la nave ruinosa.
Los dulces gatos suaves,
valientes y mimosos.
Cameladores y chulos,
en Egipto eran dioses.
En las mañanas frías,
aparecían tardíos.
Saludaban maullando,
pidiendo atenciones.
En aquella industria
hoy casi escombrera
arrasada por vientos
de desastre y fracaso,
se aparearon el Tigris
y la Thais bicolor.
Fornicaron, felices,
como amantes de cuento.
Por la tarde, en las mesas
de madera y de sol,
disfrutaban de siestas
de ricos opulentos.
Allí creció el pequeño
con nombre de parásitos
que casi no vivió,
truncado en su camino
por el hado maligno
que lo mató en la linde,
castigo riguroso
por asomarse fuera.
Allí buscó un día Thais
un sitio protegido
(se lo habíamos guardado,
estaba ya dispuesto)
y echó al mundo a sus hijos,
y el Tigris vigilaba.
¿Dónde estará ahora
el padre de esas crías?.
Cuando Thais, adoptada,
se fue de allí, muy lejos,
con sus hijos pequeños,
el Tigris ya no estuvo
tan feliz como siempre.
También había partido,
quizás, envenenado,
el primer compañero
gatuno que allí vimos,
el Tigre, el protector
del pequeño cachorro
que murió atropellado.
Y después, los hombres,
se fueron retirando,
y los gatos sintieron
el vacío que venía,
y dejaron, un día
de comer en su cuenco.
Y solo el Tigris fue
volviendo, algunos ratos,
espaciando, un día y otro,
cada vez más los viajes.
Y después, yo he venido
buscando, muchas veces,
aquellos gatos bravos
y amigables, y bellos,
pero ya se han marchado
y ya nunca he de verlos.